martes, 8 de abril de 2014

Bierce, el gringo viejo que no deja de ser joven.

HOMBRE, s.  Un animal tan sumergido en la absorta contemplación de lo que cree ser, que olvida lo que indudablemente debería ser.  Su principal ocupación es el exterminio de otros animales y de su propia especie,  que, sin embargo, se multiplica con tan insistente rapidez como para infestar todo el mundo habitable, además del Canadá.
Ambrose Bierce, El diccionario del diablo


El destino de Ambrose Bierce –un estadounidense que prefirió desaparecer en la turbulenta Revolución mexicana a morir de vejez en su país natal– lo convirtió en una leyenda que sigue cautivando a los lectores. Aunque su biografía y su literatura no se entreveran hasta el punto de ser indistinguibles, como las de Jack Kerouac y Roberto Bolaño, la similitud entre su misteriosa muerte y sus cuentos despiadados hacen que su vida y su obra converjan y se confundan. Bierce logró combinar la sátira y el horror, dos géneros aparentemente disímiles, en historias tan repulsivas como las notas rojas de la prensa mexicana, pero que a la vez contenían un sutil y sagaz reproche de su sociedad. En 1913 cruzó la frontera rumbo a México y se enroló en el ejército de Pancho Villa; tenía 71 años. Envió su última carta a Blanche Partington, su amiga y posible amante, desde la ciudad de Chihuahua. Su postdata terminaba como una premonición:

(…) Respecto a mí, mañana parto a un destino desconocido.

No se supo más de él.


Ambrose Bierce (1842 – ¿1914?)

Bierce mismo hubiera sido un personaje ideal para sus cuentos: desaparecido, padre de un hijo alcohólico y de otro suicida. Nacido en Ohio, en 1842, el décimo de trece hijos, todos con nombres que comienzan con “A”. Ojos claros, bigotes de punta, cabello plateado, atuendo impecable. Escapó de su hogar a los 15 años para trabajar como aprendiz de imprenta en el Northern Indianian. Se unió al ejército de la Unión en 1861, al estallar la Guerra de Secesión. Soldado destacado, teniente e ingeniero topográfico, herido en la cabeza en Kennesaw Mountain. Periodista y editor en San Francisco y Londres, fustigador de políticos y empresarios corruptos. Protagonista de una leyenda que circula en el ruinoso pueblo de Sierra Mojada, Coahuila, en la que se cuenta que las tropas revolucionarias lo fusilaron tras obligarlo a cavar su propia sepultura, y en cuyo cementerio hay una tumba con su nombre.

Supuesta tumba de Ambrose Bierce en Sierra Mojada, Coahuila.

Trastornado por la guerra, Bierce se estableció en San Francisco, la ciudad más occidental del Salvaje Oeste, para desempeñarse como periodista y editor. En sus columnas desarrolló un estilo irónico que le ganó el apodo de Bitter Bierce –amargado Bierce–, que utilizó, entre otras cosas, para desarrollar definiciones satíricas y entretenidas para los lectores de sus columnas, que después reunió en su Diccionario del diablo. Algunas de ellas alcanzan el cariz fatídico de los aforismos de Emil Cioran:

AMOR, s. Una demencia temporal curable mediante el matrimonio (…)
NACIMIENTO, s. El primero y más terrible de todos los desastres (…)  
REZAR, v. Pedir que las leyes del universo sean anuladas en beneficio de un solo solicitante (…)

En sus cuentos, Bierce refinó su toque irónico y demostró que es posible escribir historias grotescas y a la vez ridículas. Además de sus relatos de temática sobrenatural, sus cuentos están repletos de parricidios, asesinatos, matrimonios malavenidos, médicos matasanos que son pagados para terminar con la vida de sus pacientes, y actos de sadismo hacia el prójimo. El horror y la sátira en sus cuentos no radican en las atrocidades que describen, sino en la naturalidad con que las presenta, como si fueran un tema de sobremesa o el encabezado de uno de los múltiples rotativos de nota roja en México. Dos fragmentos de “Un incendio imperfecto” ilustran la fórmula bierciana, que seguramente más de un columnista de dichos periódicos 
encontraría familiar . La historia comienza así:

Una mañana temprano de junio de 1872 asesiné a mi padre (…) Nos encontrábamos en la biblioteca de la casa, repartiendo el botín de un robo que habíamos cometido esa misma noche
(…) 

Después de quitarles la vida a sus progenitores, el narrador prosigue:

(…) Esa misma tarde fui a ver al jefe de policía, le conté lo que había hecho y le pedí consejo. Hubiera sido doloroso que los acontecimientos salieran a la  luz pública. Mi conducta habría sido censurada por todos y los periódicos la habrían usado en mi contra si en alguna ocasión me hubiese presentado a un cargo público (…) 
Como en este cuento, Bierce llevó a un extremo absurdo el cinismo de los políticos, los curas y los criminales de su época, lo que paradójicamente hacía que sus historias fueran más verosímiles. La conversión de cualquier atrocidad en una trivialidad es una característica de las sociedades mediatizadas. Bierce fue un precursor de esta peculiaridad de nuestros medios de comunicación, lo que lo hace un narrador contemporáneo. Sus relatos satirizaban la decadencia imperante en San Francisco y ridiculizaban los valores anquilosados de su época, sin afectación ni aspavientos. No se podía esperar menos de quien, en una de las cartas en las que anunciaba su partida a México, se despidió con una última broma:         

(…) 
Ser un gringo en México, ¡ah, eso es eutanasia!  




Fuentes:
Foto 1: http://content.cdlib.org/ark:/13030/tf12900491/?layout=metadata&brand=calisphere
Foto 2: http://www.donswaim.com/bierce-lienert.html
Foto 3: http://au-agenda.com/cuentos-negros/

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